[SEFF 2018] 'Maya', una relación imposible en la India en lo nuevo de Mia Hansen-Love

[SEFF 2018] 'Maya', una relación imposible en la India en lo nuevo de Mia Hansen-Love
[SEFF 2018] 'Maya', una relación imposible en la India en lo nuevo de Mia Hansen-Love
[SEFF 2018] 'Maya', una relación imposible en la India en lo nuevo de Mia Hansen-Love

La adultez parece, al menos en la ficción, un camino estrecho y pesado de transitar. El cine indie siempre ha sentido atracción por ahondar en la aparente pérdida de identidad que aparece desde los treinta en adelante. Por ejemplo, en la reciente Las Distancias, de Elena Trapé, se proyecta la vida de un grupo de amigos que lo único que comparten es la pesadumbre que viene con la convicción de haber cambiado, de hacerse mayor, de no ajustarse a los planes que en el pasado tenían con ellos mismos. El sentimiento es tan concreto que si no se conoce llega hasta a irritar.

En Maya, Mia Hansen Love cuenta la historia de Gabriel (Roman Kolinka), un joven periodista de guerra francés que regresa a París tras haber pasado meses como prisionero de guerra en Siria. Incapaz de enfrentarse a la vuelta a la rutina, decide viajar a la india para desconectar. Al llegar allí conoce a Maya, una joven con la que poco a poco desarrollará una relación más profunda de lo que él hubiera imaginado.

En cierto momento de la película, cuando su relación parece imposible, Gabriel obliga a Maya a despedirse. Le asegura que el tiempo pasará, y aunque ahora crea que está enamorada, más adelante se dará cuenta “de lo que de verdad quieres”. Mia Hansen Love dibuja así un conflicto miles de veces repetido, pero no por ello menos significativo. El entusiasmo con el que habitualmente contamos cuando somos jóvenes desaparece al crecer, y una vez se pierde imponemos nuestra pesadumbre a la siguiente generación. No tanto por que creamos que el mundo es de una manera, sino para convencernos a nosotros mismos de que lo es.

Maya es una cinta que retrata una India cautivadora a través de la casi documental fotografía de Hélène Louvart. Es además un viaje narrado con calma que en ocasiones depende en exceso de su actor principal y su capacidad para soportar el ritmo de la cinta. Sus facciones y expresión facial resultan tan constantes en su seriedad que si en vez de en moto se desplazase en coche con una chupa blanca, podría parecer el Ryan Gosling francés.

Si pueden con todo ello, tal vez la película les hable para convencerles de que “ningún mundo es mejor que otro”, ningún amor tiene menos sentido y de que ser francés y de treintaypico tiene que ser muy duro.

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