[SITGES 2018] 'Nación salvaje', el lado salvaje de la adolescencia por un puñado de LOLs

Seis años después de 'Spring Breakers', llega una película capaz de adaptar su filosofía a la era digital, sin atajos ni medias tintas. Un 'Black Mirror' del presente inmediato.
[SITGES 2018] 'Nación salvaje', el lado salvaje de la adolescencia por un puñado de LOLs
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En 2012, Harmony Korine deconstruyó el cine adolescente (que no para adolescentes) con la superlativa Spring Breakers, un film efectista y audaz que no sólo conseguía revertir los roles de su reparto sino ofrecer una mirada única y nada afectada del tema que abordaba, mediante un trabajo estético depurado y virtuoso.

La película sigue siendo un oasis: no hay ninguna que se le parezca, ni que haya intentado imitarla. No sería posible y ni siquiera su anunciada -y largamente postergada- secuela parece que vaya a ver la luz jamás. Sería como darle continuidad a Drive o a Mulholland Drive. Innecesario, en una palabra. Seis años después llega una película que trabaja con los mismos mimbres pero que se desvía por un camino diferente para construir lo que se presenta como un film de culto instantáneo y que pide a gritos una exposición mediática a la altura.

Con Nación salvaje, una traducción algo sosa del mucho más gráfico y contundente título original Assassination Nation,  su director Sam Levinson demuestra estar a la altura de las circunstancias y entrega lo que es en esencia una revisión del cine adolescente adaptado a la era digital un Black Mirror del presente inmediato que toca tantos palos y lo hace de forma tan contundente, sin atajos, que sólo queda levantarse y aplaudir. Lo hace con momentos irregulares, un lenguaje efectista y en algún momento vulgar, pero tan consecuente con el contenido que al final la forma encaja y funciona en perfecta sintonía con el fondo.

[SITGES 2018] 'Nación salvaje', el lado salvaje de la adolescencia por un puñado de LOLs

La premisa es muy sencilla: en Salem, un pequeño pueblo de Estados Unidos, un hacker libera información de gran parte de la localidad y se desata el caos. En mitad de todo esto se encuentra un grupo de cuatro amigas adolescentes que se convierten en el objetivo de los locales, armados hasta los dientes, con máscaras que ocultan su identidad y una meta concreta: acabar con ellas.

La narración se divide en varios tiempos y lo que hace que todo funcione como un reloj o que incluso cuando flaquea un poco la cosa se siga manteniendo a flote es el lenguaje elegido por Levinson para contar las cosas. Música continua, una fotografía casi protagonista con colores llamativos marcando el tono de las secuencias, pantallas divididas, ruptura de la cuarta pared convirtiendo Internet en una ventana para hablar al espectador y algunos recursos de estilo, como un plano secuencia ejecutado con maestría, entre otras muchas cosas. Pura atmósfera.

Nación salvaje no sólo es eficaz en su revisión de esos códigos del cine adolescente sino que lo lleva a su terreno e invoca al John Carpenter de los años 80 en su representación de la violencia, mirándose al mismo tiempo en referentes modernos de la cultura popular como La noche de las bestias de Blumhouse, la citada Spring Breakers, el tratamiento de los temas adolescentes de Por trece razones, el videojuego Life is Strange o la -afortunadamente- cada vez más reivindicada Chicas malas (Mark Waters, 2004).

Todo dando como resultado una película que abandona las sutilezas para hablar de feminismo, el colectivo LGTB, la violencia que impera en todo el mundo, pero sobre todo en Estados Unidos, el bullying y otros temas que por desgracia pertenecen a nuestro tiempo, al ahora. No a un futuro indeterminado, sino al presente más gris que nos ha tocado vivir. Y como bien evidencian sus títulos de crédito a ritmo de We Can't Stop de Miley Cyrus, no nos equivoquemos: todo vale por un puñado de LOLs.

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