Aprendiendo a vivir

El escaso ingenio de las distribuidoras a la hora de rebautizar sus estrenos resulta cada vez más clamoroso: vale que “Andamiaje” (la traducción más aproximada del “Scaffolding” original) no es, que digamos, el título más carismático posible, pero ¿de verdad hacía falta recurrir, tratándose de este drama social israelí, a ese “Aprendiendo a vivir” que ya ha sido usado en España para designar a otras seis cintas, por lo menos?

Antes de que nadie proteste: esta queja no es gratuita. La Aprendiendo a vivir con la que Matan Yair debuta en largo se merece un título castellano algo más fiel a su naturaleza. Aquí no estamos ante una tragicomedia familiar (lo que sí eran sus predecesoras, bien las firmaran Garry Marshall o James L. Brooks), sino ante la crónica de la desorientación de un chaval problemático (Asher Lax, interpretándose a sí mismo) que se debate entre dos ejemplos contrapuestos: un padre con poca fe en el aprendizaje y mucha en su trabajo de montador, por un lado, y un profesor enrollado, por otro. Aun sin apabullar, la cinta vale la pena por su forma de subvertir la figura de este último: lejos de ser un personaje inspiracional al estilo de El club de los poetas muertos o de los mil y un dramas pedagógicos made in France, el maestro (Ami Smolartchik) es una figura con graves carencias que demuestra que la bonhomía y la capacidad docente no siempre vienen juntas.