Madres en el cine: una historia de buenas y malas

‘Tully’ (Jason Reitman) es un retrato crudo y descarnado de la maternidad. Analizamos qué lugar han ocupado las madres en la historia del cine
Madres en el cine: una historia de buenas y malas
Madres en el cine: una historia de buenas y malas
Madres en el cine: una historia de buenas y malas

“TODA LA VIDA HUMANA en nuestro planeta nace de mujer –decía Adrienne Rich– y, sin embargo, sabemos más del aire que respiramos, de los mares que navegamos, que de la naturaleza y el significado de la maternidad”. Desconocemos hasta qué punto la poeta e intelectual, una de las grandes figuras de la Segunda Ola del Feminismo, pensaba en el séptimo arte cuando escribía su texto seminal Nacemos de mujer (1968), pero su reflexión bien podría ser consecuencia directa del estudio de la historia del cine. Rich estaba convencida de que había dos significados para la maternidad. Por un lado, estaba la potencial relación de cualquier mujer con su reproducción y con la crianza. Por otro, la institución de la maternidad en la que ese potencial quedaba bajo control del hombre. Aplicando este esquema al análisis fílmico, sería justo decir que en la gran mayoría de las películas ha primado el primer enfoque sobre el segundo y que, solo recientemente, la maternidad ha empezado a contarse de otra manera. Tully, la última colaboración entre Jason Reitman y Diablo Cody, es la excusa perfecta para reflexionar sobre ello.

Madres, una visión masculina

“No es que el cine haya representado poco a las madres. Al revés, hay una gran presencia de madres en la historia del cine. El ejemplo más paradigmático serían las madres de John Ford –explica Elsa Fernández-Santos, periodista de El País–, pero, obviamente, ese cine está escrito y dirigido mayoritariamente por hombres. Su visión de la maternidad no puede ser la misma que la que tenemos las mujeres”. Algo en lo que enseguida coincide la autora de la novela Quién quiere ser madre Silvia Nanclares: “La maternidad se ha contado, por lo general, desde una mirada masculina y bastante estereotipada. Es difícil encontrar miradas críticas y en primera persona acerca de la maternidad y toda la ambivalencia que conlleva”. La también escritora María Folguera (Los primeros días de Pompeya) introduce otro par de conceptos en la discusión: “El cine muestra casi siempre una maternidad abstracta. Faltan los matices, la complejidad. Por ejemplo, Verano 1993 es un buen ejemplo de la ambivalencia de la maternidad. El personaje de la tía quiere adoptar a su sobrina pero, al tiempo, sus gestos dejan ver la frustración que muchas veces siente”.

Abstracta y carente de matices, la maternidad vista por cineastas hombres se ha sustentado básicamente en arquetipos. El primero de ellos es el de la madre abnegada, casi sagrada, un rol del que ya hablaba Adrienne Rich en Nacemos de mujer: “Me perseguía el estereotipo de la madre cuyo amor es incondicional”. Estas madres que ponen su amor por encima de todo lo demás, que son madres antes que mujeres, han plagado la historia del cine de diversas maneras. Ahí está Julieta, el último personaje femenino creado por Pedro Almodóvar, fustigándose a lo largo del metraje por la incomprensible marcha de su niña. O Angelina Jolie en El intercambio (Clint Eastwood, 2008), cuyo empeño en recuperar al hijo secuestrado la exime de cualquier otro rasgo de personalidad. En esta categoría también entrarían las madres esforzadas, esas que por sacar adelante a sus familias son capaces de cualquier cosa. Sandra Bullock (The Blind Side, 2009), Uma Thurman (Kill Bill: Volumen 1 y 2, 2003, 2004), Kim Hye-ja (Mother, 2009), Barbara Stanwyck (Stella Dallas, 1937), Nargis (Mother India, 1957), Julia Roberts (Erin Brockovich, 2000) o, recientemente, Frances McDormand (Tres anuncios en las afueras, 2017) son ejemplos paradigmáticos de esta actualización de la madre perfecta post-liberación de la mujer, un arquetipo que muestra más aristas en Frozen River (2008), dirigida por Courtney Hunt, mujer. Pero, sin duda, el cenit de este amor animal más o menos violento, es el de Alma en suplicio (Michael Curtiz, 1945), donde el amor que siente Joan Crawford por su hija clasista, lejos de protegerla, termina con su propia perdición.

Malas madres

De la madre sagrada pasamos a la madre madrastra. “Casi siempre se ha representado la parte más conflictiva de las madres, la madre freudiana, castradora, con malas relaciones con sus hijas”, dice Elsa Fernández-Santos sobre este arquetipo cuya vileza puede ser considerada por el espectador como un método anticonceptivo más. ¿Exageración? Ahí está Queridísima mamá (Frank Perry, 1981) para demostrar que no. Basada en las memorias de la hija adoptada de Joan Crawford, Christina Crawford, Faye Dunaway interpreta a la diva de Hollywood como madre torturadora. Una visión terrorífica de la maternidad que el cine ha solido contarnos a través de sus personajes secundarios. Recordemos la control freak a la que daba vida Barbara Hershey en Cisne negro (2010) y cómo Aronofsky colocaba en ella la exigencia y la dureza que terminaban volviendo loca a su hija (Natalie Portman). O la maltratadora Mo’Nique (Precious, 2009), la opresiva Mary Tyler Moore (Gente corriente, 1980), la controladora –le valió un Oscar– Shelley Winters (Un retazo de azul, 1965), la desquiciante Anne Ramsey en la paródica versión de Extraños en un tren dirigida por Danny DeVito (Tira a mamá del tren, 1988), la odiosa Allison Janney (Yo, Tonya, 2017) o la posesiva Anna Magnani de Mamma Roma (Pier Paolo Pasolini, 1962) que, a la pregunta de si se crucificaría por su hijo, contestaba: “Claro que sí, ¿qué hay más importante en la vida?”.

¿Cuanto peores las madres, mejores las películas? Lo cierto es que resulta difícil imaginar la transformación de Bette Davis en La extraña pasajera (Irving Rapper, 1942) con otra premisa que no fuese la de una madre malvada empeñada en privar a la pequeña de la familia de autonomía y una personalidad propia. De igual forma, una no puede más que agradecerle a Michael Haneke que crease aquella madre represiva de La pianista (2001). Pero para terrorífica figura maternal, la de Carrie (Brian De Palma, 1976), cuyos coqueteos satánicos conectan este subgénero de madres perversas con el del terror resultando en curiosos experimentos (Womb, Benedek Fliegauf, 2010), cintas de culto (Aliens, James Cameron, 1986), de autor (Tenemos que hablar de Kevin, Lynne Ramsay, 2011) y en obras maestras (La semilla del diablo, Roman Polanski, 1968) que, en el fondo, traslucen un miedo atávico al poder reproductor de la mujer. Conviene detenerse aquí donde el miedo se convierte en magia y analizar qué puede aportar esta representación. “Cuando me documenté para mi novela estuve buscando referentes en cine que narraran el deseo de maternidad –recuerda Silvia Nanclares–. Encontré retratos muy interesantes en el cine indie norteamericano. Por ejemplo Maggie’s Plan, de Rebecca Miller. Pero luego llega Aronofsky con madre!… La maternidad asociada a la naturaleza, el personaje simbólico de Lawrence pasándolo fatal… Lo dramático asociado a la madre me parece superestéril en estos momentos. No contribuye a crear nuevos modelos”.

Madres que son hijas

Otro de los clichés predilectos de Hollywood es el de las madres que son niñas. Madres alocadas (Mamma Mia!, Phyllida Lloyd, 2008) o, directamente, locas. Con más o menos gracia, como las de Una mujer bajo la influencia (John Cassavetes, 1974) o Gray Gardens (Albert y David Maysles, 1975). Madres que quieren pasárselo bien (Sirenas, Richard Benjamin, 1990) o que se pasan pasándoselo bien. En esta línea cabría destacar Postales desde el filo (Mike Nichols, 1990), en la que, de hecho, una alcoholizada Shirley MacLaine le pregunta en plena pelea a su hija Meryl Streep si hubiese preferido tener a Joan Crawford de madre. Más extrema, The Florida Project es el último ejemplo de maternidad irresponsable que nos ha regalado la cartelera, según Elsa Fernández-Santos, “una película durísima porque refleja muy bien lo que es una madre irresponsable pero que también quiere mucho a su hija”. Hay una derivada de estas madres aniñadas que es la de la madre ausente: la que entrega a su bebé por miedo a que la sociedad la culpabilice de ser madre soltera (La vida íntima de Julia Norris, Mitchell Leisen, 1946), la que huye (Kramer contra Kramer, Robert Benton, 1976) o, más recientemente, la que contrata a otra madre (Una segunda madre, Anna Muylaert, 2015).

Otra maternidad es posible

A mayor número de voces femeninas, mayor también el número de historias sobre maternidad. “En los últimos años ha habido un aumento significativo de historias protagonizadas por madres o que tratan el tema de la maternidad no solo en el cine, también en la literatura. Creo que influye el que cada vez haya más mujeres directoras o guionistas, a las que les interesa hablar de esa experiencia”, explica Juana Macías, que en su segunda película (Embarazados, 2016) hablaba del deseo de ser madre en su generación, cada vez más tardío. “Me gusta especialmente cuando las protagonistas son madres pero ese aspecto no es el eje de la trama. Historias que integran la maternidad como parte de la vida”, añade citando películas como Fargo o series como Big Little Lies. En este sentido, cabría recordar El porvenir, delicado retrato que Mia Hansen-Løve hace de su madre en un periodo de su vida, la madurez, generalmente ignorado por el cine. “Ya no soy hija y tampoco soy madre –dice el personaje de Isabelle Huppert, una profesora de filosofía recién separada y a punto de ser abuela–. Soy libre por primera vez en mi vida”. Igual de sutil pero abordando la etapa de la adolescencia, Lady Bird define a la perfección ese amor-odio visceral e inexplicable que resume cualquier relación maternofilial. Y, por supuesto, las broncas. Como en Better Things, la serie de Pamela Adlon en la que, según Elsa Fernández-Santos, se cuenta mejor que nunca cómo es hoy una madre. “Lo interesante de que sean hijas adolescentes es que es entonces cuando surge el conflicto, el rechazo a la madre. Lo que nunca se ha contado es que las relaciones madre e hija son muy locas, muy apasionadas, mucho más románticas de lo que nos han querido contar”. Claro está, también hay miradas masculinas a la maternidad que conviene citar. La de Richard Linklater, que creó una madre en Boyhood cuyas flaquezas y virtudes le valieron un Oscar a Patricia Arquette en 2014. O la de Rodrigo García (Madres & hijas, 2009), Martin Scorsese (Alicia ya no vive aquí, 1974), Douglas Sirk (Imitación a la vida, 1959) o Jason Reitman (Juno, 2007). También Rémi Bezançon, que contó en Un feliz acontecimiento (2011) los sinsabores del embarazo y la crianza. Un tema que, sin embargo, la directora Anahí Berneri abordó de manera radicalmente distinta en Alanis (2017), historia de una joven prostituta y su bebé. “En esta sociedad puedes ser madre o puta pero no las dos cosas a la vez. No es casual que el cartel de Alanis muestre a la actriz principal, Sofía Gala, amamantando a su hijo. La teta no supone un problema mientras sea un objeto sexual. Sin embargo, impacta cuando se ve como un atributo maternal”, contaba Berneri sobre la cinta que le valió la Concha de Plata del último Festival de San Sebastián.

Otras miradas a la maternidad son posibles, y así lo demuestran documentales como Daguerrotipos (Agnès Varda, 1976) o Un’ora sola ti vorrei (2002), el hermoso collage en el que Alina Marazzi reconstruye el pasado de su madre muerta juntando imagen de archivo familiar y los diarios que escribió en vida. También Riddles of the Sphinx (1977), la experimental obra de Laura Mulvey que pudo verse en la pasada edición de Filmadrid acompañando al seminario sobre cine y maternidad que impartió la crítica y feminista.

Pero, sin irnos tan lejos, en España tenemos un ejemplo de directora pionera que ya en los años 60, y en plena dictadura, trataba el tema con absoluta naturalidad. “Es un retrato absolutamente crudo pero realista –recuerda Cecilia Bartolomé de su práctica para la Escuela Oficial de Cine Carmen de Carabanchel–. Es un documental sobre cómo en el año 65 viví a mi alrededor, en la peluquería del barrio de Carabanchel, los embarazos no deseados de mis vecinas. Como no había métodos anticonceptivos recurrían a las medidas más desesperadas, baños de amoniaco, etc., para no tener más hijos. Yo quise retratar ese horror que tenían a las relaciones sexuales y, a la vez, el amor animal a sus hijos”. Un tema, la maternidad, que Cecilia Bartolomé siguió explorando en Vámonos Bárbara (1978) y que supone una rara avis en una filmografía con pocas miradas femeninas pero sorprendentes retratos maternales. Como, por supuesto, los de Almodóvar. “Me gustan algunas madres de Almodóvar. Las de ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, Volver… Y no solo la figura de la madre sino de la crianza, crianzas diferentes, extendidas, como la de Tina (la tía trans interpretada por Carmen Maura)”, cuenta Silvia Nanclares. Ahora además, a la monumental El desencanto (Jaime Chávarri, 1976) le han salido un par de hijas descarriadas: Carmina o revienta (Paco León, 2012) y Muchos hijos, un mono y un castillo (Gustavo Salmerón, 2017).

https://vimeo.com/90307973

Madres y crías

“En términos generales son pocas las escenas en las que veas reflejada tu práctica clínica habitual. En el cine, por ejemplo, romper aguas es sinónimo de parto al segundo después; sin embargo, lo habitual es todo lo contrario, tener un parto largo porque es frecuente que no estés dilatada y te tengan que estimular o inducir el parto –explica Bárbara Fernández del Bas, ginecóloga en la Fundación Jiménez Díaz–. Sin duda, esta imagen afecta a la percepción de las embarazadas. Son muchas las pacientes que acuden a nuestras consultas llenas de preguntas solo por haberlo visto en su serie preferida o bien en alguna escena de una película”. Este desconocimiento del embarazo y el parto, generalmente contados en el cine a través de unos pies mojados y una camilla derrapando por los pasillos de un hospital, se extiende también a los primeros momentos de crianza de un bebé. Ante la reciente corriente de que en esa entrega a la crianza se esconde la esencia de la maternidad, documentales como Actress (Robert Greene, 2014) parecen revelar los peligros de la misma. Si aquella hablaba de la pérdida de identidad de una mujer –abandonaba su carrera de actriz en The Wire por el sueño suburbial de ser mamá–, Tully recrea los primeros meses de una madre y su bebé sin escatimar en insomnio y sacaleches hasta que una niñera nocturna –una salus, interpretada por Mackenzie Davis– entra en su vida. “Marlo es una madre atenta y una buena esposa, a la vez que intenta no perder de vista quién es como mujer. Pero al final del día es humana y tira la toalla un poco, o mucho”, contaba Charlize Theron sobre su personaje, en el que vertió no solo su propia experiencia como madre sino la de la guionista Diablo Cody: “No es una película autobiográfica sino personal. Mi vida no se parece a la de Marlo, pero la ansiedad que sentí cuando me convertí en madre sí que es real. La canalicé a través de esta película”.

Tully se estrena el 22 de junio.

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