[Cannes 2018] Alice Rohrwacher obra el milagro del festival

La cineasta italiana podría convertirse en la segunda mujer que gana una Palma de Oro y, de paso, acabar con la maldita excepcionalidad de esa situación.
[Cannes 2018] Alice Rohrwacher obra el milagro del festival
[Cannes 2018] Alice Rohrwacher obra el milagro del festival
[Cannes 2018] Alice Rohrwacher obra el milagro del festival

¿De qué se habla hoy en Cannes? Podemos jugar a hacer cálculos de qué sesiones concentrarán a más feligreses dispuestos a escuchar la revelación de una Palabra divina a través de su mensajero en la Tierra: la proyección en 70mm de la restauración de 2001: Una odisea del espacio, de Stanley Kubrick, presentada ayer por Christopher Nolan como profeta, o el pase del documental El Papa Francisco: Un hombre de palabra que ha dirigido Wim Wenders y esta mañana tenía más cola de espera para entrar a la sala que los mostradores de café del Palais des Festivals después de la primera película del día.

¿Qué películas has visto? Ya que hablamos de religiones, hay que celebrar la beatitud, en su acepción de felicidad y bienestar, pero también como bienaventuranza, que ha llevado Alice Rohrwacher a la competición oficial con Lazzaro felice. Con su tercer largo, la cineasta italiana ha levantado un entusiasmo generalizado que la sitúa como la candidata mejor posicionada para convertirse en la segunda mujer que gana la Palma de Oro; que solo lo haya logrado Jane Campion tras 71 ediciones de Cannes fue uno de los motivos por el que el otro día 82 directoras marcharon para reclamar igualdad al festival.

Sería un demérito terrible centrar el empuje de Rohrwacher en una cuestión de género y cuotas, por supuesto. Con Lazzaro felice hablamos de sensibilidad genuina y una manera particular de contar las cosas. Aborda de forma personal el registro neorrealista inseparable del cine italiano cuando se pone pastoral dándole un aire fresco y renovador, alejándolo de fórmulas sentimentales y, quizás lo que me parece más milagroso de todo, capaz de recurrir al realismo mágico con chispa en vez de la habitual cursilería que derrama el trabajo de muchos autoproclamados fabuladores sociales. En Rohrwacher no hay masaje cardiovascular, sino una historia con fábula moral, claro, pero también rayos de sol y rostros humanos.

Lazzaro felice comienza introduciéndonos con naturalidad en un mundo campesino de una era indeterminada que podría estar sacado del cine recogido y observacional del recién fallecido Ermanno Olmi. Con la misma dulzura, va mostrando aspectos que desubican el tiempo de la narración. Lo que parecía una comunidad rural de la primera mitad del siglo XX, gobernada por una marquesa llamada reina de los cigarrillos, muestra desencajes anacrónicos, como la indumentaria contemporánea y el teléfono móvil de su hijo. Ahí pueden venir a la cabeza las narraciones de fantasía minimalista de directores portugueses como Miguel Gomes (A cara que mereces) Joao Nicolau (A espada e a rosa), pero no se trata de eso.

Sin querer revelar demasiado sobre el punto de giro que parte el filme en dos, una sorpresa de Shyamalan ejecutada como el final de Los caballeros de la mesa cuadrada de los Monty Python, una gran elipsis traslada la acción del entorno rural al urbano. Con el cambio, la película pierde originalidad e incluso se desliza hacia lo burdo en sus últimas metáforas sociales, pero también gana la presencia de intérpretes como Alba Rohrwacher Sergi López. Aunque es el Lazzaro protagonista quien roba el filme; un debutante Adriano Tardiolo de planta insoportablemente beatífica capaz de convencer con un vistazo de la bondad e inocencia máximas del personaje. Un ser de luz pura, sin embargo, tan solo un escalón por encima de sus familiares campesinos, que portan la música con ellos (uno de los momentazos del festival).

Además de la fabulosa labor narradora de Rohrwacher, es necesario destacar el impacto de Lazzaro felice a la directora de fotografía francesa Hélène Louvart. Una profesional de la luz que, a lo largo de 31 años de carrera, ha iluminado películas de Jacques Doillon, Agnès Varda, Héléna Klotz o los dos largos anteriores de Rohrwacher: Corpo celeste (2011) y El país de las maravillas (2014). Su trabajo lumínico de exteriores con sol de invierno e interiores llenos de partículas de polvo en Lazzaro felice, filmada en 16mm, remite a una cima que fotografío al principio de su carrera: Y'aura t'il de la neige à Noël? (1996), de Sandrine Veysset. Entonces, como ahora, elevó las imágenes pastorales de una gran directora europea (¿qué ha pasado 22 años después con Veysset, por cierto?) retratando a una familia campesina con profunda humanidad. Aquella película, aunque ni pasó por Cannes, habría sido una gran Palma de Oro en 1996, igual que Lazzaro felice podría serlo en 2018.

Otro retrato familiar destacable y conmovedor es que el hace Hirokazu Koreeda en Une affaire de famille, conocida en inglés como Shoplifters. El cineasta japonés se encuentra en terreno conocido, regresando a temáticas muy afines a su filmografía como son los lazos familiares anudados por el cariño en vez de la sangre, la supervivencia a través de pequeños hurtos en un contexto de capitalismo depredador o la adorable Kirin Kiki ejerciendo de abuela todoterreno. Koreeda es prolífico, quizás tan en exceso que hace dudar que alguna vez haga una película realmente rotunda, pero Une affaire de famille podría parecerse bastante a eso.

Si disfrutas con las dinámicas familiares de Después de la tormenta (2016) y las deliciosas escenas de comida de Nuestra hermana pequeña (2015), por citar solo las más recientes a las que remite y reformula esta nueva película, nada perturbará tu visión del cine de Koreeda. Y mantener un nivel tan alto a pesar de que fue ya hace años cuando mostró los primeros signos de agotamiento no es poco milagroso.

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