Una 'lata' de música

Vizcaíno amante de la música que tan pronto crea un arpa africana con una muleta como integra una hermosa lata de aceite en una impactante guitarra
Vizcaíno amante de la música que tan pronto crea un arpa africana con una muleta como integra una hermosa lata de aceite en una impactante guitarra
IRUNE J. ORBEA
Vizcaíno amante de la música que tan pronto crea un arpa africana con una muleta como integra una hermosa lata de aceite en una impactante guitarra

En una noche de sábado del mes de junio una guitarra con cuerpo de escopeta, tal cual, dispara los ritmos de los Iron Maiden en un local de Portugalete. Cerquita de Bilbao, en la margen izquierda del Nervión y con un patrimonio de la humanidad como el Puente Colgante que la une a Getxo. Una zona muy agradable y agradecida, con seductores fogones, fiestas canallas y propuestas deportivas periódicas de las más diversas índoles. Y también buena cantera para todo tipo de sugerencias.

La guitarra escopeta no se queda nunca sin munición y el bar Estropo es un campo de tiro animadísimo y receptivo. Jamás un francotirador resultó tan musical.  El sonido del ingenio es peculiarmente bueno y la estética es impactante. Una chica al fondo del garito vibra con el tema; con el tema y porque el guitarrista le ha comentado, antes de empezar a tocar, algo que le ha sonado a dedicatoria. Aún no sabe, lo sabrá en breve, que el obsequio no son los Maiden, sino la guitarra que los interpretó.  Un regalo de una pareja, qué bonito es el amor, con la firma de Katxarrismos. Si trastean por Facebook no dejen de buscar este nombre. Y tampoco pierdan de vista sus propuestas en YouTube.

Katxarrismos es un alias para Augusto González Baños.  Y Augusto es un lutier -un “mécanico de instrumentos de música” dicho más ramplonamente- por curiosidad y por amor a la música. Un genio. “La de los Maiden también era un homenaje a un colega de aquí, Txema el heavy, que falleció unos meses atrás”, recuerda.

Pero este hombre también es un mago. Augusto es capaz de arrancarle al cuerpo bailes espontáneos tocando un bajo con dos cuerdas fabricado por él mismo. Y de silenciar a todo un garito con su recreación de un arpa africana a partir de una muleta.

“Y claro, la gente flipa con la muleta”, sonríe. “Es más sencilla, maneja cinco notas y no siete… Es el único momento de los conciertos en el que hay silencio”. Su última propuesta es la Palacaster, con mástil de guitarra y cuerpo de pala de frontón. Con un acento sonoro que evoca a travesías de costa a costa por Estados Unidos.

Una de sus hermanas mayores se llama Cuerpo de Corcho y el nombre ya lo dice todo. Y algo similar pasa por la Electrolata, la Electrolata Cola Cao o la Cajita Puros-Cigar Box. Así, unas cuantas decenas alumbradas desde que arrancó esta aventura hace unos años. Allá por el 2008. Algunas han abandonado la familia, porque Augusto acepta encargos y muchas han nacido de esas motivaciones. Sin embargo, su primer gran katxarrismo sigue con él, a su vera; y de vez en cuando es incluso tañido.

La Carbonell. La jefa. Una de aquellas latas metálicas para el aceite de esta firma catalana que tan lustrosamente presentaban su imagen de marca encarnada en una damisela.  “Durante muchos años fabriqué instrumentos de percusión, pero siempre me llamó la atención el mundo del lutier. Mi curiosidad aumentó y me animé. Siempre me gustó crear cosas con las manos y durante un tiempo andaba con la bisutería artesana, aunque para las cosas de la tecnología curiosamente soy un negao".

"Pero de instrumentos, lo primero que hice de cuerda fue una kora, una especie de laúd africano, con la mitad de una calabaza. Con la otra, un tiempo después probé a hacer una guitarra… Buah, un fracaso. Sonaba fatal. Y de pronto miré para un lado y vi la lata. Me la había encontrado en unos cubos de basura. Era preciosa. De las antiguas. Muy bonita. Y me dije, ostia, voy a ponerme con la lata. Y me lo curré. Al final todo fue cuestión de ir probando. Pero cuando le puse el mástil saltó como un chispazo: se podía sentir que había buena onda. Aquello sería en 2008 o así”. Otras latas de otras marcas seguirían un camino parecido, pero con Augusto mucho más experimentado.

“Cualquier lata es buena, en el  fondo, pero algunas por su estética embellecen el katxarrismo, digamos que son mejores. Pero con una lata de galletas de las danesas, de esas que hemos tenido todos en casa, se pueden idear cosillas. Me alucina que cada lata, sin embargo, tiene su carácter. No hay dos latas que suenen exactamente igual aun siendo del mismo producto. Es algo que hace más auténtico y especial el sonido que emite cada una”.

Bien por algún flechazo casual en plena calle (“Ahora, con los contenedores modernos, no se hace, pero antes la gente dejaba cosas en la basura confiados en que otra persona lo recuperaría, como solía pasar y hemos visto todos”, reflexiona al respecto), bien algún escaparate que alimente una idea (“También compro”, indica) o bien algún agradecido obsequio, Augusto siempre tiene alguna guitarra sobre la que inventar o algún nuevo objeto que tunear. “Hoy me han regalado dos guitarras”, comenta sin poder ocultar su gratitud.

Lo suyo es recuperar y reinventar, regado con buenas melodías. Como una especie de aplicación a los tiempos modernos de las fábulas de los Stradivarius, aquellos violines únicos cuya magnificencia era atribuida al empleo de maderas recuperadas de barcos hundidos. Lo cierto es que Augusto no tiene un proceso creativo especial o concreto, ni tampoco un protocolo de actuación específico. “Solo intento que queden bonitas a la vista y que suenen bien”, aporta con sencillez.

Pero Augusto, eso sí, siempre ha mantenido lo que llama “un ritual”. “Quedábamos -recuerda- y nos juntábamos unos cuantos en un bar a probar el katxarrismo, a hacerle el examen de rigor. Siempre que acababa uno, lo repetíamos. Así fue de alguna manera cómo comenzó a caminar Katxarrismos”.

Y en estos ensayos canallas en alguna ocasión tanteó el ingenio algún guitarrista curtido. Como Aitor Agiriano, al que llaman Toro, de Doctor Deseo. “Es un pedazo de guitarrista, de formación y de todo. Y verle con un katxarrismo, exprimiéndolo, y que le parezca bueno el resultado me hace flipar”, rememora Augusto.

¿Cuántos instrumentos han podido salir de su taller? “Más o menos intento llevar un diario… pero lo actualizo a ratos… Un año sí que elaboré 21 instrumentos, eso lo recuerdo… ¿Sabes? Empecé haciendo bastantes, a buen ritmo. Sucede que no es fácil venderlos todos, por un lado, y que también comienzas a concebir cosillas más complejas, por otro, y el ritmo baja”, indica Augusto. ¿Y has recibido algún encargo de músicos profesionales de bandas en ejercicio? “He hecho alguna cosilla con bajos, pero ya está. Los músicos son raros para sus guitarras. Tienen sus vínculos, sus manías… Los katxarrismos, y lo comento porque me lo han dicho los protagonistas, son grandes regalos para los músicos”.

Si de la percusión pasó a las cuerdas, en el horizonte de Augusto se esbozan ahora teclas. Y es que el siguiente experimento que confiesa que va a llevar adelante va a ser con un clavecín como materia prima.  “Es una especie de precuela  del piano”, aclara el vasco. Y prosigue: “La verdad es que no sé cuando me voy a poner manos a la obra, pero sí que me va a llevar un tiempo. He estado mirando, empapándome, para ver cómo poder hacerlo”.

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